Un viejo lituano y una tormenta nocturna
(Hacer de una anécdota un acontecimiento y de un chisme una crítica social, es lo que consigue Pinchus)

En Pinchus rige el principio de horror al vacío. Una primera hojeada al libro lo confirma tanto a nivel del texto (fanático de la dilatación a base de oraciones subordinadas sinuosas y largas acotaciones), como al nivel de la trama. Y, dato inusual, también en el diseño, ya que el texto ocupa toda la caja, con márgenes estrechos y sin derrochar espacio en sangrías ni renglones en blanco al comienzo de los capítulos. La solapa también es profusa e inusual, y da cuenta de una biobibliografía proletaria del autor, Rolando A. Pérez: trabajador, viajero y “negro literario” que estrena, en Pinchus, su firma de autor e inicia una tetralogía novelesca.
“No está” es la primera oración del primer capítulo de la primera novela de Pérez, y la inesperada desaparición en la Unidad Coronaria del viejo lituano que da nombre a la novela desencadena el farragoso discurso interior de un enfermero. Estudiante de Filosofía y Letras que, a principios de los noventa y en un hospital de Balvanera, anota en una libreta Norte las historias que le cuentan sus pacientes con “la esperanza de poder reunir de algún modo un archivo, un conjunto de relatos únicos y originales”.
La ausencia de Pinchus, que resuena a lo largo de todo el texto, es total, y no se recuperará nunca su presencia; así como resultan irrecuperables, para el narrador, las notas del relato que el viejo lituano le había hecho el día anterior y que, a causa de una tormenta nocturna colada por la ventana en una distracción, se arruinaron por completo. A falta de la escritura como prótesis de la memoria, Pinchus, el libro, se inunda de relatos orales: las historias del santoral popular, cuentos de aparecidos, leyendas folclóricas y mitos clásicos interrumpen, en la voz de personajes secundarios, la jornada del enfermero, que actúa como esponja del habla de una época.
Con lógica paranoide (Pinchus y Pynchon, por momentos, se acercan) el relato avanza sin pausa y asocia elementos que llevan a desencadenar un día normal de trabajo en el desastre absoluto: víctima de un malentendido y de la concupiscencia mafiosa entre empleados de medios masivos y policía federal, el enfermero termina postrado bajo la autopista en Parque Chacabuco, ensayando mitos griegos en su mente al borde de la inconsciencia.
“[Decía Voltaire] que toda criatura tiene padres, pero no necesariamente hijos, como dando a entender que todo hecho o acontecimiento producido en el mundo real ha tenido una causa, pero no al revés, es decir, que no todos los hechos o acontecimientos realmente existentes serán a su vez el origen y la razón de otros futuros”. En un misma línea, las acciones cotidianas reciben, en Pinchus, el tratamiento minucioso de una prosa atenta a su fraseo y a la posibilidad latente de procrear nuevas acciones; la posibilidad de infringir un salto que salve la distancia entre anécdota y acontecimiento, entre chisme y crítica social, entre mito y realismo, entre costumbrismo y aventura.

Emilio Jurado Naón
Revista Ñ, 2 de mayo, 2020

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