La figura de Carlos Cavallo en el panorama de la literatura actual
(Condiciones de emergencia y recepción del “escritor tributo”)

Osvaldo Lamborghini fue el primero en plantear el dilema sobre la autoría de los goles de Diego Maradona. En mi barrio sabemos bien quién fue. Lo que parece más claro es quién es el autor de los goles de Messi. La incontestable condición plagiaria de su famoso tanto al Getafe –el más evidente– reaviva una problemática insoluble: ¿homenaje, cita, parodia, pastiche? ¿Cuáles son los alcances del plagio genial?
Si la máxima aspiración generacional contemporánea en el mercado literario es “meter un hit” (Lucas Soares), “¿cómo, en el contexto de la literatura argentina, volverse irremediablemente impublicable?” (Pablo Farrés). La histérica ley del deseo loco de novedad formulada por Tabarovsky ¿no va en contra de los propósitos de su propio “escritor sin público”? ¿Es “hacer un cover” (Luciano Lutereau) la salida?: ¿tocar para el público de otro? ¿Pero hacerlo igual, hacerlo irreconocible: o “copiar mal” (Farrés bis)?
En una época en la que prosperan las “bandas tributo” no habría sólidas razones para prohibirse colocar la presencia de un escritor tributo. A diferencia de los grupos que simplemente hacen covers, estas bandas proponen una reproducción espectacular, no sólo nota por nota timbre por timbre, sino gesto por gesto vestuario y puesta en escena. Como en un museo de cera en acción, flequillos inverosímiles, derechos tocando como zurdos, bigotes fuera de quicio y oxigenadas melenas blondas en fachas trigueñas levantan un show mimético que bordea siniestramente el simulacro tocando incluso –parece– el nervio biográfico de las identidades. Dicen que envidio la locura del otro. En los casos más extremos, a un músico se lo elige por su parecido físico y si no lo tiene un cirujano plástico valdrá más que un técnico de sonido. Antiguos air guitar heroes de baño propio se convierten en dobles sin riesgo de stars de superbandas de la edad de oro. Pero el frontman del tributo a The Doors deberá salir a escena y –fingir– masturbarse. Está también el que hace discretamente otra cosa: se viste de Elvis para imitar a Sandro cantando a Gardel. Cada loco con su cover, cada uno es como –no– es; pero copia como puede. La nostalgia de la literatura es un síntoma del –after– pop.
Manuel Di Leo
27/2/14


Catálogo


Carlos Cavallo


Mate

La vida no tiene importancia
El oficio de escribir duro
La razón de mi diva
Europa 15
El payador paranoico -y otros
Por un texto así
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Cómo romper un vínculo
Perdón Borges
La verdad sobre la balsa
La jouissance peronista


Luciano García

La máquina de coser paraguas

El cuerpo, excepto
Impertenencias
Vida de un payaso muerto
Poses de ausente
Mi vida fascista y yo
Omar Viñole, antiescritor y antifilósofo

María García


Las extranias
Fantasticario
Un sexo, el sexo


X al cubo

Dios es argentino
La ruptura del dolor
El Antilíder


Javier Fernández Paupy

El último cíber
Un agujero lleno de basura

Gustavo Calandra

Barricada
La mística invicta

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Nimo... descuidos de un creador

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Instrucciones para plastificar un baño

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La libido disfrazada de anafe

Leandro Alva

El maxilar de Gardel

Rolando Pérez

Pinchus

Enrique Quinteros

Yo era César Aira

Ezequiel González

Filosofía menor y petisa

Lux Lindner

Notas para una argentinística y otras páginas

Cai Olagán Ruci

Adaptarse o Pérez ser
Un 5 mejor que d10s
Jorgito Tamagno
Pérez vuelve