EL OFICIO DE ESCRIBIR DURO
Carlos Cavallo
Carlos
Cavallo se ha propuesto desde el inicio de su carrera literaria jamás
corregir, un principio que ciertos escritores demasiado famosos han hecho
vulgar, o ciertos escritores demasiado vulgares han hecho famoso. Para Cavallo
“la vulgaridad es un lujo”, y la fama, la fama puro cuento. Pura novela, pura
reseña de Ñ, puro paper de Escuela de Letras. Es decir, géneros.
Ambientes irrespirables para nuestro autor que propone, au contraire, el
fraseo perpetuo de la continuidad del fragmento, lo que llama “el aforismo de
arco a arco”. Sólo el fragmento puede mostrar el continuo. No es la
obra; pero tampoco ‘el procedimiento’. Lo esencial es invisible ¡hasta a lo
ojos! Menos que menos es la música, esa burrada provinciana de los que todavía
creen que tiene algún sentido seguirse proyectando en el mito fundacional de
tándem maricón Rimbaud-Verlaine. Escribir más rápido de lo que el lector pueda
leer. Por más entrenamiento anaeróbico
lactácido, “velocista nace, no se hace”. En este
caso, el de El oficio de escribir duro, Carlos traiciona su último Leitmotiv
y se arroja a la experiencia de una escritura sin interrupciones pero lenta,
después de haber fatigado la escalera descendente del velocismo escritural, sin
por ello dejar de “fatigar el atletismo”, la patografía aunque más no fuere por
deporte.