Prólogo
“De
todos modos, no se trata de un desorden contra
el
orden, sino más bien de un nuevo desorden
contra un viejo desorden (…) es necesario crear
un desorden totalmente nuevo que lo sustituya”
Aldo Pellegrini
Más que iluminación, el arte de Lux
Lindner parece reconcentrado, cerebral. Todo atraviesa el tamiz extremo de su
personalidad, y deviene estilo. Xul Solar, García Ferré, el dibujo técnico,
Egon Schiele, Shakespeare o Roberto Arlt, son fagocitados para extraviarse en
el vasto palimpsesto lindneriano.
Una vez pregunté a Luis si él creía
haber madurado bien. La cuestión carece de sentido, ya que todo Lux estaba in nuce en aquellos primeros dibujos que el artista cachorro desperdigaba
incansable sobre papeles caídos, servilletas o fotocopias recicladas. Similar
grafomanía ocurre con su escritura, y Lux promete que su próximo opus será una
antología (inevitable) de sus “textos fracasados”, una suerte de impúdico
laboratorio de escritura.
Cosmopolita, aunque típico hijo del
país, Lindner hizo de la ironía su numen tutelar. Es así que nada, ni siquiera
sí mismo, consigue evadir su furor iconoclasta. He allí el origen de su
lucidez.
Tras La Teoría de la Madre (2008) –y tentativas dramáticas– Lux
reincide en el objeto libro. Y lo hace en una editorial bautizada a partir de
un crack del fútbol, bête noire del
artista. Nueva paradoja lindneriana.
De este nuevo florilegio, prefiero
los aforismos augurales de “Voces”, suerte de instantánea del cerebro del
artista.
Desde una adolescencia dadá, Lindner
viene asolando límites y géneros: cuentos filosóficos, ensayos distópicos,
crónicas lisérgicas y voces zoroastrianas, son ejemplos de estas nuevas
criaturas rescatadas de blogs perimidos, catálogos fugaces, memorias estalladas
y cajones olvidados, con objeto de contribuir a la confusión general.
Ricardo Valerga