Ezequiel González, alias Keki, autor de esta pieza o más bien personaje principal, ve a la
filosofía de reojos –como diría Chamico–, y desde los últimos pupitres de algún
aula del Conurbano, le estampa entre risas un cartucherazo directo a la sofisticación
y solemnidad de la casta sapiente, y de cuanto impostor, documentado o no, circule
por la otra vereda. Tiene la impunidad didáctica de los petisos, de los que
operan desde abajo, y la inmunidad que ofrece ese copioso don que en estas
pampas Gombrowicz llamó «inmadurez», y en París más bien llaman «minoridad».
Cada dos barbaridades que dice, una es verdad y la otra Dios dirá. Keki es el último de los blogueros
vírgenes. Escribe un tipo de autoayuda («de otros» diría Macedonio) con mañas
que parecen venir de las aguafuertes de Arlt o de las diatribas de los viejos
cínicos de la Hélade. «Este libro está
dedicado a los que no se reciben, a los que abandonan. Dedicado a los que no se
creen eso de existir como una obligación. A los que se toman la vida en joda.
Porque ahí hay una filosofía que me interesa. Y riendo es que volvemos a la
guerra para darles con todo lo que tenemos…»