Luego del éxito rotundo de Adaptarse o Pérez ser (Ediciones del
Trinche 2010) ¡Pérez vuelve! Y vuelve
con su propuesta de siempre: no hacer literatura. Cómo no hacerlo –así se llama su obra trunca completa– narra
ciertamente, mejor dicho muestra, cómo no se debe –o debería– contar un cuento.
Se predica con el ejemplo. (Narrar narra otra cosa, bien no se sabe.) El autor
ha recogido en este caso el contenido de un archivo Word dejado por Pérez, el
inefable y omiso protagonista de Adaptarse
o Pérez ser, una especie de diario pereciano de su imposibilidad de narrar,
o –en fin– de su “péreza”. Porque es bien cierto lo que dicen algunos, que la
literatura debería propiciar una resistencia cabal a la televisión, y allí
donde ésta dice que se ríe con la gente no de la gente, aquella debería afirmar
que se ríe de la gente no con la gente. Donde hay gente difícil que haya
literatura, queda el lector. Tomémoslo por gente y hagamos de él cualquiera, un
púchimbol, un blanco perfecto de cualquier artimaña. Si se pudiera codearlo
fuera o aplicarle el famoso cross, con gusto. A falta de diestra extremidad,
debería el texto ser su propio brazo armado. Y tener que hacerlo, en cierta
forma a su modo, textualmente. Si él –el lector– pide ser narrado en sus
expectativas e incluso en el momento de comprar el libro: ¿qué hace un
verdadero autor, alguien que sueña con llegar un día a ser autista, que escribe
como una forma de venganza de un mundo lleno de otros, que envidia no al rico
al cheronca o al famoso, sino a esa total falta de compromiso que corresponde
al único hombre amable de este mundo: el solipsista? El autor me pidió
encarecidamente que no escriba esta contratapa, con mucha razón, porque al
deschavarlo así deja de funcionar su trampa, deja de haber lector o peor llega
de atrás (quizá el único lector que queda en este mundo seguro: el de
contratapas) un lector prevenido de todo riesgo, capaz incluso de ir por el
texto con todo gusto, henchido de una ferviente expectativa de dar nomás con el
bluff. Es que soy el editor, tampoco
quiero que me lean. Sí que se lleven el libro. Pero quién sabe, quizá este
último tipo, de lector, nunca se sabe, se encuentre al final también
traicionado. Me dirijo acá mismo al autor pensando en brindarle un último
consuelo.
“Ah, en cuanto a que no es estilo redundar en el yo, y demás imposturas biempensantes del literaturismo pajuerano, ya que insisten: insistir. Lunes: yo, martes: yo, miér… juev… vier, sab, dom… yo yo yo yo yo… ¡qué risa que da el yo, qué gracia! … De todos los seres reales, el yo es el más imaginario, el más intangible, inconmutable, inasible, falso múltiple y fortuito e inaccesible… ¡No hay otro, no… no hay otro solipsismo que el del otro! Ese es el autor de todas las autobiografías del universo: ¡ese es el Gran Autor Autoficcional Recontrayoico de este mundo! Condenado a ser un Personaje, disfrazado de Narrador… ¿qué puedo hacer más que falsificar mi propia firma?”
(Última performance
grafomaníaca de Pérez)