«Puntazos
de una trituradora brusca y virginal reparando la gran pantalla de los
discursos y las formas, trozos guturales imantados de una autobiografía jamás
posible, contracciones insurgentes de una lengua arrebatada por el monitor total,
restos rancios de las entrañas de la ciudad siempre desaparecida entre las tramposas
luces de sus carteleras berretas, de una infancia tomada. La carcajada sin
salida de una poética de la extrañeza y lo bajo urdida enrareciendo los signos ostensibles
de la caverna civil. En La libido
disfrazada de anafe mascullan su ruido y hacen una bulla sin salvación aquellos
jamás llamados a narrar el mundo, a contar la verdad de los otros, a tener la
última palabra sobre sí; usurpan la letra para lustrar la basura, escriben los
forzados a no hacerlo, los que ni golpean la puerta para entrar. Tiene la
alegría sin dueño y el macabro y maravilloso sonido ambiente de una fiesta a la
que nunca fue nadie.»
George Émile Fossatti, Le Monde diplomatique