En junio pasado, el suplemento Radar del diario Página/12 invitó a Javier Fernández Paupy (Buenos Aires, 1981) a escribir sobre su libro favorito. Su elección fue uno de César Aira. Al cierre de la nota, Fernández Paupy se preguntaba si el hacedor de El juego de los mundos tiene un don o es puro procedimiento el hecho de su capacidad infinita para escribir más y más: “¿Cuál es el secreto? ¿Escritura automática o técnica avezada? Ese misterio me resultó siempre un aliciente. También creo haber aprendido, leyendo sus libros, una lección de libertad. Podemos escribir lo que queramos”.Esa lección de libertad es lo que se propone texto a texto este joven docente y editor –a su cargo tiene los sellos Palabras Amarillas y Ascasubi–, quien despuntó en 2010 con uno de los primeros libros de autoficción en nuestro país: El cangrejero (Mansalva, 2012) contó con el aval ese año del jurado del Premio Indio Rico integrado por Sergio Bizzio, Sergio Chejfec y Daniel Guebel.Siguiendo la estela de El último cíber (Ediciones del Trinche, 2018) y Estoy tranquilo (Mansalva, 2018), en este Un agujero lleno de basura –que remite a un título de un texto al que se le cercenó “el corazón” que lo antecedía– es un viaje en miniatura al centro de los garabatos. Como pequeños papeles con anotaciones dispersas en el viento. Digresiones cotidianas y microscópicas. Y que no cuentan con la forma de poema característica, sino que están presentadas como si fuesen pequeñas crónicas en clave poética.Así reflexiona Fernández Paupy sobre su escritura: “Creo que hay una insistencia en darle formas más cronicadas al poema o con chispazos de narración. Como si el poema se pudiera filtrar en bloques de prosa. Es una suma de visiones o sueños, de cosas ajenas que se viven como propias y cosas propias que se viven como ajenas, de observaciones pasadas por dentro de un colador personal. Como si el poema saliera de una suma de frases, recuerdos y definiciones, pero nada muy premeditado o pactado de antemano”.
Por lo pronto, Un agujero lleno de basura concita una suma de máximas –“Si alguien te juzga que sea por el eco de tu soledad y por la calidad de tu desesperación”, por ejemplo– y una serie de ajustes de cuenta con un nosotros generacional. “Buscábamos problemas y encontramos problemas. Buscábamos tranquilidad y encontramos otra forma de tranquilidad”, leemos cuando ya ha transcurrido más de la mitad del recorrido. En tanto, ecos de la poesía gauchesca como el recuerdo de Macedonio Fernández y Felisberto Hernández le darán más estatura metafísica a esta travesía.
Gustavo Álvarez Núñez, La Agenda Revista