Este prólogo comodín fue escrito hace algunos años para la publicación de La vida no tiene importancia, obra máxima por entonces de C.A.C., sin embargo finalmente rechazada no sin antes haber sido rechazado su prólogo -incluso por el autor. El prólogo no pereció; la obra sin embargo permanece desaparecida.



Carlos Cavallo, un escritor malito


Conocí demasiado o demasiado poco a Carlos Argentino Cavallo, alias Carlomismo.
Para mí tenía un mérito insoslayable. Yo que lo espiaba escribir -de vez en cuando, en su cuarto, excluido- puedo decirlo con veracidad. Él no se quejaba de que alguien, de que un escritor, escribiera mal, sino de que escribiera lento. (¿Cómo escribe? preguntaba. Presto ma non troppo contestaba yo por caso) Y Carlos Cavallo, lo juro, escribía más rápido de lo que el lector lee. Terminaba siempre antes; cuando íbamos por el segundo párrafo ya había terminado. No le preocupaba el lector abandónico, que el lector se fuera, -ese temor de tantos escritores- porque él ya se había ido antes.
Y eso lo hacía quedar victorioso para él, creyendo que dejaba solo al lector, perdido, con su derrota en los ojos.

Se consideraba ambidiestro y bimanco. En realidad era bizurdo. Tenía dos zurdas, en falta. “Las tengo, pero en falta” decía, siempre pensando a sus órganos como elementos propios de su ser de escritor, considerado como un negocio. Como una fábrica de baldes, decía, ese es mi negocio.

Lo conocí como una persona sumamente alegre, casi brasilero. Sólo sufría al escribir, como todo zurdo. Y en este caso por dos… (“con el número dos nace la pene” decía…)

Para escapar a ese hado de desgracia, pasó pronto a la máquina de escribir –que él llamaba “Hombre” y se declaraba prolongación y aprendiz de apéndice de su máquina –y, cuando aparecieron, a las pecé, a los ordenadores. “Yo no pongo nada, todo me lo dicta mi ordenador” me confesó en castizo posmo un día. Como se ve, era un hombre que detestaba todo lo que no fuera un “lugar común”. Como él decía, había pasado del P.C. – en los 70, niño militante era - a la P.C., todo por un lugar común.

Y como se sabe, fue un genio del plagio. Y del camuflaje. Se camuflaba plagiando, para decir cualquier cosa y pasar inadvertido, titiriteando a algún muerto vigente.

Ambidiestro (bisiniestro bah) y bimanco. “Póstumo y precoz, y póstumo precoz; pero no escritor”, me confesaba. Se decía “tecladista”, no escritor (“más que escribir toco el órgano”), y tipeaba a la velocidad de esos tecladistas del rock sinfónico de los setenta. Era maravilloso verlo. Quien no lo haya visto teclear – ni oído el tecleo– no podrá entender nunca su literatura, ni saber su sabor ni alcanzar a disfrutarla o comprenderla, porque todo estaba ahí, ahí en el acto. No sé si el que lea sus papeles con la distancia y ausencia, con la diferición que supone todo leer normal, podrá disfrutar y justipreciar en algo su obra. Yo sólo la leo para poder revivir en el oído la polirritmia impresionante de su mecanografía, y la magia de la fuga de sus manos zurdas en los ojos asombrados.

Pero era bimanco, dijimos; no tenía con qué escribir. Por eso se hacía llamar “El Editor”…

La vulgaridad es un lujo” escribía Carlos Cavallo. Por eso creo que merecerá este prólogo.

Manuel Di Leo
Luzmela, 2006

Catálogo


Carlos Cavallo


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El oficio de escribir duro
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La máquina de coser paraguas

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Impertenencias
Vida de un payaso muerto
Poses de ausente
Mi vida fascista y yo
Omar Viñole, antiescritor y antifilósofo

María García


Las extranias
Fantasticario
Un sexo, el sexo


X al cubo

Dios es argentino
La ruptura del dolor
El Antilíder


Javier Fernández Paupy

El último cíber
Un agujero lleno de basura

Gustavo Calandra

Barricada
La mística invicta

Johanna López Santos

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Instrucciones para plastificar un baño

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La libido disfrazada de anafe

Leandro Alva

El maxilar de Gardel

Rolando Pérez

Pinchus

Enrique Quinteros

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Ezequiel González

Filosofía menor y petisa

Lux Lindner

Notas para una argentinística y otras páginas

Cai Olagán Ruci

Adaptarse o Pérez ser
Un 5 mejor que d10s
Jorgito Tamagno
Pérez vuelve